Enviado por Carlos J. Tormo... el
El acto de comer no se limita al simple hecho de satisfacer la sensación física de hambre. Los humanos no comemos únicamente para ingerir la cantidad de alimento que necesitamos, también lo hacemos por el placer que supone y para controlar nuestras emociones.
Utilizamos a menudo la comida para celebrar acontecimientos, calmarnos, aliviar el aburrimiento, vencer a la apatía o consolarnos en momentos de tristeza y angustia. El estrés que genera el trabajo, la soledad, las frustraciones, la monotonía, las relaciones personales o la incertidumbre arrastra a muchas personas a ingerir calorías innecesarias convirtiendo el acto de comer en algo emotivo y no exclusivamente físico. ¿Alguna vez has picado alimentos con un elevado contenido en grasas, azucares o sales, sin tener hambre o hasta la saciedad? Sí es así, puede que estés utilizando los alimentos como instrumentos para calmar el desasosiego. Se denomina comer emocionalmente al uso de los alimentos como método de afrontar las emociones en lugar de como forma de calmar el hambre. La realidad es que tras su ingesta conseguimos tranquilizarnos momentáneamente y al comprobar que el remedio ha funcionado, lo repetimos hasta convertirlo en un hábito.
El problema de comer emocionalmente (aparte de la repercusión en nuestra salud) es que, en cuanto acaba el placer de comer, las emociones que lo desencadenan permanecen. En esos instantes es frecuente sentirse culpable por la cantidad o el tipo de alimento consumido.
Para evitar comer compulsivamente, fruto de la ansiedad, es necesario conocer las diferencias entre el hambre física y el hambre puramente emocional. Debemos aprender a escuchar y observar a nuestro propio cuerpo, y descubrir por nosotros mismos si en realidad estamos hambrientos.
¿Pero cómo sé si como por ansiedad?
La manera de identificar que estamos comiendo fruto de la ansia es contextualizando el apetito. Pregúntate si estas aburrido, nervioso o cabreado, es decir trata de averiguar si la necesidad de ingerir calorías está en la mente y no en tu aparato digestivo.
Cuando el apetito proviene de nuestra mente, surge de forma urgente, necesita ser satisfecho de inmediato por algunos alimentos específicos y la persona puede continuar comiendo a pesar de sentirse saciada o sentir malestar físico. Por su parte, el hambre fisiológica se presenta progresivamente, no está limitada a unos determinados alimentos y es consecuencia de la necesidad que tiene tu cuerpo para funcionar correctamente. Por ello te enviará señales como movimientos intestinales, falta de concentración o somnolencia.
Si sigues estos consejos te pueden ayudar a controlar tu ingesta emocional:
Aprende a identificar patrones. Por lo general los “ataques de hambre” ocurren en las mismas situaciones y a las mismas horas del día. Estar informado te ayudará a combatirlo y será mucho más fácil controlarlo. Para ello, pinchando en este enlace, puedes descargarte un registro de comidas que es una herramienta útil.
No tengas miedo a las respuestas, pregúntate. Una forma de identificar tus sentimientos es averiguar qué cosas no te agradan de tu vida actual, escríbelo en una hoja de papel. Después apunta cómo podrías cambiar aquello que no te complace.
Piensa antes de actuar. Ya te has dado cuenta que la comida no resuelve tus problemas y que con frecuencia después de comer desordenadamente aparece la culpa. Así que antes de ingerir alimentos, respira, deja que pasen cinco minutos y come únicamente si después de ese lapso de tiempo sigues teniendo el mismo apetito.
No enciendas el piloto automático. Aprende a escucharte, a estar atento a tus necesidades y trata de hacer las cosas conscientemente.
No escondas tus problemas debajo de la alfombra: Intentar ignorar y suprimir tus emociones “desagradables” es la mejor forma de generar y mantener conductas disfuncionales en relación con la comida. Da un paso y afronta tus conflictos.
Recuerda que hoy es un buen día para empezar a cuidarte. Si deseas un cambio, ahora es el Momento.
Fotografía: Vee O.
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